La escalada, una filosofía de vida

España país es el segundo país más montañoso de Europa. El sinfín de picos, cortados, barrancos y acantilados de que disponemos en la Península es, muy probablemente, la causa principal por la que cada vez más personas dedican su tiempo libre -y también su actividad profesional- a la práctica de la escalada deportiva. En efecto, al mundo vertical no le faltan adeptos y cada vez son más quienes adoran enfrentarse a los desafíos que éste tiene para ofrecerles.

Sin embargo, el mundo de la escalada va más allá de la montaña. Una forma sencilla -y apta para casi todos los públicos- de practicar esta actividad es acudir a un rocódromo, que no es más que una instalación diseñada para la escalada que simula las paredes del medio natural. El rocódromo se ha convertido en un método seguro y asequible a través del cual todos podemos adentrarnos en la práctica de la escalada, ¡incluso aquellos que no tenemos tiempo para disfrutar en la naturaleza!

Si bien los beneficios la escalada para la salud son innumerables, para algunos este deporte ha llegado a convertirse en una forma de vida. Definitivamente, encontrarse frente a una pared con un arnés en la cintura y una cuerda anclada a un seguro nos lleva a concienciarnos sobre cuán extrapolable es esta actividad para todos los ámbitos de la vida.

la escalada nos saca de nuestra zona de confort

Escalar no solo nos ayuda a desarrollar nuestra agilidad en el sentido físico: también nos exige estar alertas y reaccionar con rapidez. Mientras estamos en plena expedición, debemos tomar decisiones ágiles y confiar en nuestro instinto. En este sentido, la escalada nos invita a conocernos mejor. Escalando desarrollamos nuevas habilidades y capacidades personales, como la autoobservación y el autoconocimiento.

La escalada desafía nuestras trampas del ego, detiene nuestro diálogo mental y nos ayuda a cuestionarnos los hábitos y limitaciones que gobiernan nuestro día a día. A través de ella, desarrollamos nuestra capacidad de explorar nuestros propios recursos y a desprendernos de nuestros lastres.

“La escalada nos lleva a ser mejores, a desarrollar nuestra consciencia, a conocernos a nosotros mismos.”

Las metáforas de la escalada

Un escalador, el día que decide salir a la a ventura, se levanta temprano por la mañana y se dirige a la montaña con el equipamiento necesario para la práctica de la actividad (casco, pies de gato, magnesera, un cinturón cargado de material: friends, empotradores, mosquetones, cintas express…). Sin embargo, en el plano mental su mochila se reduce a algo más básico: un nuevo desafío, un reto que conseguir y una nueva motivación en su corazón.

La importancia de la amistad y los vínculos

El escalador llega a pie de vía, y nosotros, desde fuera, podemos observar que, a pesar de ser un profesional en la materia, no está solo: siempre va acompañado de un compañero de cordada, que le asegura y actúa como refuerzo en su ascenso.

En el momento del ascenso, el punto más débil del escalador es el punto más débil de su compañero y en las manos de éste pone el escalador su vida. Por ello, es esencial que ambos se conozcan bien. Esto nos muestra la importancia de reconocer nuestra vulnerabilidad y nuestra interdependencia. Si llegamos a la cima, lo haremos de la mano del otro miembro de la cordada. Y esto nos enseña que, como en la vida, la amistad es el mayor de los tesoros.

El escalador se asegura con un arnés a la cintura, la cuerda de escalada, y un cordino llamado “cabo de anclaje”. Este segundo se convierte en una preciosa metáfora que vendría a decirnos que, incluso en los momentos en los que nos hallamos en la cuerda floja, la vida siempre nos ancla y nos sostiene.

El proyecto más ambicioso (llegar a lo más alto) tomará más forma en función de la seguridad con la que nuestro escalador decida enfrentarse a él: la escalada, como la vida, es más un reto mental que físico. Un reto donde la mente es el único límite.

Pasito a pasito…

… O como diríamos en catalán, “mica a mica, s’omple la pica” (que podría traducirse como “poco a poco, se llena el cuenco”).

Podemos encontrarnos frente a una pared altísima y pensar que escalarla no es asequible para nosotros. Sin embargo, una vez hayamos dado el primer paso nos cercioraremos de una premisa muy simple:solo se puede ascender dando un paso tras otro y la primera zancada nos prepara para la segunda. Que será imposible dar el segundo si no estamos lo suficientemente preparados y, evidentemente, que no alcanzaremos 20 primeros metros si nuestros brazos no están entrenados, si no hemos desarrollado nuestra resistencia o si nuestra autoconfianza se tambalea.

En la escalada nada se regala: quien llega a la cima es simplemente aquel que se lo ha ganado, aquel que ha trabajado duro para lograrlo. Y una vez arriba, habremos enfrentado nuestros miedos y cuestionado nuestras ideas limitantes: aquello que antes veíamos como imposible, ahora empieza a tomar forma en nuestra realidad.

¿por qué la escalada fortalece nuestra autoestima?

Un escalador no puede dejar que su autoestima se deposite en manos de factores externos que la mayoría de las veces dependen del azar. Lo mismo sucede con la vida: nuestra autoestima no puede ir vinculada a nuestros logros, sino que debe depender de factores internos, de nuestras motivaciones y de nuestros aprendizajes.

Si el objetivo de nuestra escalada -es decir, de nuestra vida- es el aprendizaje, el resultado más importante no será alcanzar la cima.

La cima será, en todo caso, una consecuencia, un añadido que obtendremos de forma secundaria a través de nuestras acciones. Y esta reflexión nos permite darnos cuenta del poder del ahora: mientras pongamos nuestros cinco sentidos en mejorar nuestra técnica, nos mantendremos relajados y observaremos nuestra mente y sus procesos como si fuésemos espectadores; y esto nos permitirá, en un futuro, alcanzar la cima con menos esfuerzo. En este caso, independientemente de cuáles sean nuestros resultados, el premio será nuestra felicidad.

Si, por el motivo que sea, no alcanzamos la cima, no nos sentiremos derrotados, pues sabremos que en el futuro tendremos la oportunidad de volver a intentarlo. En este mágico proceso, habremos alcanzado un objetivo más esencial que el éxito: el aprendizaje.

Mejorando la autoimagen

Muy unido a la autoestima, el concepto de autoimagen se explica solo. La autoimagen es la imagen que nos hemos creado de nosotros mismos.

Esta identidad se ha construido de la mano de nuestra historia de vida, de lo que nos hemos repetido -como también nos han repetido las personas de nuestro entorno- y tiene un poder determinante sobre nuestros logros presentes. En este sentido, una mala autoimagen podría limitarnos, pues nos mantiene atados a un momento y/o a un ideal que ya no volverá.

Tanto los logros como los fracasos del pasado nos condicionan y nos anclan en él. Esto puede explicarse a través de un ejemplo:

Un escalador que en una ocasión encadenó una vía difícil y arriesgada se siente ahora atado a esa autoimagen de “escalador atrevido”. Y en lugar de centrarse en el proyecto o reto que tiene entre sus manos en el momento presente, pierde sus esfuerzos y energía en mantener viva esa imagen. Por el contrario, una persona que, tras varios intentos fallidos, se construyó una autoimagen de “escalador que se rinde fácilmente” también podría verse limitado por sus creencias erróneas.

De todo ello se desprende que debemos cuidar nuestra propia imagen, intentando construirla en el día a día de forma consciente y adaptándola a nuestra evolución como personas. Nuestra autoimagen debe tener sus bases en la motivación, el esfuerzo y el aprendizaje, en valores personales y profundos, y no en acciones superficiales o en la opinión de los demás.

Debemos evitar basarnos en las acciones superfluas ni las opiniones de terceros, pues éstas no nos permiten explorar nuevos caminos. Por el contrario, nos empujan por inercia a repetir las mismas acciones que en un momento determinado nos llevaron al éxito o evitar aquellas que fueron la causa del fracaso.

Sin embargo, esta forma de pensar está condicionada y en muchas ocasiones es errónea, ya que ni el momento ni la situación ni las condiciones son ahora las mismas ni nosotros somos la misma persona.

Así, nuestra autoimagen ha de construirse de forma sólida y guardar coherencia con lo que sentimos. En todo momento debemos ser conscientes de que somos capaces; mucho más capaces de lo que nuestro rendimiento puede mostrar. Lamentablemente, en nuestro desempeño diario nos vemos limitados por las dudas, la culpa, la vergüenza, el sentimiento de inferioridad, la ansiedad… Sin embargo, si dejamos estas limitaciones de lado y nos repetimos “lo sé, sé hacerlo”, nuestra actividad y los resultados que obtengamos con ella -ya sea ésta en la roca, en nuestro lugar de trabajo o en nuestra vida-, mejorarán inevitablemente.

Los grandes valores de la escalada

En definitiva, la escalada aporta grandes valores a la vida de aquellos que la practican.

Escalar significa, en definitiva, subir cada vez más alto. Se trata de una disciplina que nos exige mejorar de forma constante y observar de forma pacífica nuestros movimientos y nuestra mente.

Puesto que, en muchas ocasiones, la escalada se lleva a cabo en entornos naturales (a menudo privilegiados y de difícil acceso), nos permite estar en contacto con la naturaleza y nos trae sorprendentes (auto)descubrimientos de forma constante.

La escalada se alimenta de amistad, cooperación, altruismo, interdependencia, solidaridad, (auto)apoyo, valentía, confianza, esfuerzo, autosuperación… E incluso a veces, también de un heroísmo sano.

La escalada se cimienta sobre valores muy importantes para cualquier persona que pretenda expandirse, crecer y ser cada día un poco mejor.

Y, aunque quizás a todos no nos guste -o no podamos- escalar, sí podemos emplear la escuela de escalada como una filosofía de vida capaz de enriquecer nuestro día a día de forma exponencial.

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